¡Llegaron! by Fernando Vallejo

¡Llegaron! by Fernando Vallejo

autor:Fernando Vallejo [Vallejo, Fernando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Sátira, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2014-12-31T16:00:00+00:00


Pero el non plus ultra me lo hizo Bruja, mi gran danés: a un señor cojo muy elegante que venía en muletas por el parque México le pasó en carrera zumbando por entre el vacío de la pierna ausente y una de las dos muletas. No lo tumbó porque Dios es muy bueno. Pero casi nos mata a los dos, a mí y a él, del susto. Treinta años han pasado desde la muerte de Bruja y diez desde la de Brusca. No lloro más por ellas. ¿Qué puedo hacer si así lo quiso Dios? «Hágase tu voluntad», como dijo el santo Job cuando se le cagó en los ojos un pájaro y lo dejó ciego. No me mandes pájaros, Señor, que con las dos córneas de muerto que me trasplantó el doctor Barraquer casi no veo. Cruzo las calles más ciego que un acto de fe.

Por el Magdalena, al que dan mil afluentes, fluye parte substancial de la Historia de Colombia, que es mierda, más el bloque grande de la que produce el país a diario. Si hablo ahora de ese río vuelto alcantarilla es porque en Barrancabermeja, uno de sus puertos, mi abuelo tuvo un almacén de calzado. Cuando él se vino a Medellín, a morir, Ovidio lo convirtió en uno de discos y radios: de bulbo primero y luego de transistores. Ya no sé de qué sean hoy los radios, si es que quedan. Lo que veo por las calles son unos bípedos monologantes que hablan solos pero dando a entender que es con otros. ¿Qué se traen? Algunos llevan unos auriculares conectados por un cable al ombligo. ¿Será un localizador satelital? Misterio. Yo localizador satelital en todo caso no necesito porque sé dónde estoy parado: en el centro del centro. Que se ubiquen respecto a mí los de la periferia.

¿Decía de Ovidio qué? ¿Que se murió? Claro, todos nos morimos. A Barrancabermeja fui a verlo, al final, y me encontré a la Muerte a la entrada de su cuarto: «Déjeme pasar, señora, que vengo desde México en avión fletado a despedirme de él. Quítese o no alcanzo». Se hizo, respetuosa, a un lado y entré. Un ventilador de mesa zumbaba sobre el nochero removiendo el aire caliente. En la cama él, demacrado, espectral, a unos instantes de morir y cubierto con una sábana blanca y fresca; abajo de la cama su perrita, desolada. «Ovidio —le dije—, vine a conocer a Barranca y a que me llevés al muelle y me mostrés dónde estaba el almacén del abuelo. Viniendo del aeropuerto vi iguanas en los pantanos. ¡Qué hermosas son! Ya sabés cuánto quiero a los animales». Y seguí hablando de cosas que no venían a cuento. Ya nada viene a cuento cuando nos vamos a morir. «¿Puedo pasar?», me interrumpió al cabo de un rato, con delicadeza, la Muerte. «Pase pues». Y la Muerte misericordiosa me dio un muerto más para mi libreta.

Cuando murieron mi abuelo, mi abuela, Silvio, Elenita, Darío y mi padre no llevaba libreta.



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